terça-feira, 13 de agosto de 2013

Biografía: Pequeños detalles de un grandioso hombre.




-Cuarto hijo del matrimonio entre Prudencio Quiroga y Juana Petrona Forteza (donã Pastora), Horacio Silvestre Quiroga nació en Salto, Uruguay, el 31 de diciembre de 1878, día de San Silvestre.

-La madre de Quiroga, doña Pastora, fue una mujer muy valiente: una vez, tomó un ladrón por la oreja; otra vez, regando el jardín, vio personas  sospechas acercándose, y empezó a hablar como si la casa estuviera llena de gente, y en verdad estaba sola.

-El padre, Prudencio, murió cuando Horacio tenía dos meses: él y los tres hermanos enfermaron de tos, y con recomendación médica, fueron a una chacra. Cuando cazaba, Prudencio disparó su escopeta que accidentalmente lo acertó.

-Esa tos acompañó Horacio por toda su vida: fue un asmático crónico.

-Después de la muerte del jefe de la familia, doña Pastora, sus hijos y algunas criadas se trasladaron para Córdoba, Argentina.

-En 1883, regresaron a Salto, donde Horacio ya empiezaba a imaginar historias.

-Estudió en el colegio Hiram con sus hermanos, pero era considerado un chico “difícil” por los maestros: a él no le gustaba la escuela, prefería recurrir a los talleres de trabajos manuales.

-Después estudió en el Instituto Politécnico todo se repite: él solo estudiaba lo que quería.

-En 1891 doña pastora se casó con Ascencio Barcos, que se hizo muy compañero de Quiroga. En 1895 Barcos sufrió una hemorragia cerebral y perdió la voz y los movimientos de las piernas. En esta situación, Quiroga le interpretaba los gestos.

-Fue también un joven apasionado por el ciclismo.

-Entre 1894 a 1897 compartió con sus amigos un pequeño cuaderno con poesías suyas. Se impresionó al leer El mal del siglo de Max Nordeau.

-En el carnaval de 1898 conoció María Esther, su primer amor, pero los padres de la muchacha la trasladaron para Buenos Aires para separarlos, lo que no impidió que los dos se vieran. De ese romance sale la obra Una estación de amor.

-En 1899 fundó en su ciudad natal la Revista del Salto.

-El 30 de marzo de 1900, Quiroga se marchó a Europa, donde escribió su Diario de Viaje.

-En 1901 ya instalado en Buenos Aires, publicó Los arrecifes de coral, su primer libro.

-Nuevamente, la desgracia “visitó” el poeta: pierdió dos de sus hermanos, un en 1870 y otro en 1876, año en que accidentalmente disparó una arma, que pensaba estar descargada, matando su amigo Francisco Ferrando.

-En 1902 buscó refugio en la casa de su hermana mayor, María, casada con Eduardo Forteza, que consigue que Quiroga sea acepto como profesor en el Colegio Nacional Central.

-En 1903 partió como fotógrafo a una expedición con Leopoldo Lugones, en las ruinas del Imperio Jesuítico;

-En 1904 con los restos de la herencia paterna, se fue al Chaco como plantador de algodón, pero no tuvo suerte. En el mismo año, publica El crimen del otro;

-En 1905 publicó el relato Los perseguidos;

-En 1906 lo nombraron profesor en la Escuela Normal, donde se apasionó por una alumna, Ana María Cirés.

-En 1909 se casó con Ana María Cirés. En 1910, se transfirieron para San Ignacio.

-En 1915 Ana María, que no se adaptó a la vida en la selva, se suicidó, dejando dos hijos pequeños con Quiroga.

-En 1917 regresó a Buenos Aires y publica Cuentos de amor, locura y muerte.

-En 1918 publicó Cuentos de la selva.

-En 1921 publicó Anaconda.

-En 1922 fue designado para integrar la delegación diplomática uruguaya.

-En 1924 publicó El desierto.

-En 1927 adquirió bodas con María Elena Bravo. En 1928, tuvieron una hija.

-En 1932 regresaron a la selva, pero la segunda mujer, así como la primera, no se acostumbró a la vida retirada y en 1936, partió dejando su hija.

-En 1937 fue diagnosticado con cáncer. En una madrugada, se suicidó.

-Sus tres hijos también se suicidaron: Eglé en 1939, Darío en 1954 y María Elena en 1989.



Extraído de:
ORGAMBIDE, Pedro. Horacio Quiroga: una biografia. Argentina: Biografías del Sur, 1994.







Quiroga

Muy temprano, en 1901, después de un juvenil viaje en 1900 a París, del cual dejó testimonio en un Diario, Horacio Quiroga (1878-1937) publicó un conjunto de poemas y relatos con el título Arrecifes de coral, de corte modernista, en la estela de Rubén Darío y Leopoldo Lugones, ambos convertidos ya en maestros de esa nueva y triunfante poética. Luego, en 1904, El crimen del otro, en la línea de Edgar Allan Poe. Podría haber seguido siendo modernista si no hubiera estado, al mismo tiempo que practicaba ciertos excesos decadentistas, atraído por una “fuerza”, que unos años después entendería como la “acción”. Atender a ese requerimiento de la voluntad sin dejar de ser escritor lo va llevando más característico de su paso por la literatura: los cuentos de monte, de un estricto, ceñido y metafísico realismo.
Ese tránsito suele ser referido, a modo de interpretación del sentido de su obra, a su biografía, que tiene algunos aspectos dominantes y que suelen ser destacados por quienes se internan en su obra. Del joven “dandy” al periodista porteño, fotógrafo improvisado, perseguido desde muy joven por los fantasmas de muertos cercanos, al solitario habitante de la selva misionera, desdichado de amores, rodeado por suicidios y él mismo suicida, productor infatigable de narraciones que se han hecho clásicas, escritor ya profesional, en suma una vida marcada por la tragedia y fundamento de una literatura que se alejó pronto del lujo modernista para encontrarse a sí mismo en la poética que para otros resultaba de una decisión más intelectual que motivada por esa compleja situación.
Hay un período de intensa vida de escritor en Buenos Aires; un tanto a la sombra del Lugones de Las fuerzas extrañas, escribe cuentos de tipo fantástico, invocando saberes teosóficos, transformaciones misteriosas y varios tópicos si no “anti” al menos “para” racionales que atravesaban la atmósfera intelectual de la primera década del siglo XX. Esas narraciones, que fueron publicadas en revistas, serían reunidas y publicadas por iniciativa de Ángel Rama muchos años después en Montevideo, en 1967, en una serie titulada Obras inéditas y desconocidas de Horacio Quiroga: Poe, Holmberg, Barbey d’ Aurevilly y otros se pueden leer por debajo de esas fantasías. En ese período, 1906, publica también Los perseguidos y luego una novela, Historia de un amor turbio, en 1909, con ribetes psicológicos y participa de la vida literaria porteña. Pero el giro fundamental que dará su vida, y como consecuencia su literatura, es haber acompañado como fotógrafo Lugones en ocasión del encargo que le hiciera al poeta el ministro Joaquín V. González en 1903 para escribir un libro que terminó por titularse El imperio jesuítico y que implicó una viaje de ambos al norte de la provincia de Corrientes.
El contacto con esa naturaleza y con lo que allí se estaba gestando, mezcla de etnias, vida dura, comienzos de la explotación matera y maderera, fue una revelación y el punto de partida de la decisión más importante de su vida: instalarse en Misiones, cosa que ocurrió pocos años después, y descubrir en él la fuerza del pionero, el valor del trabajo, el riesgo constante y la satisfacción del producto. Y además lo que para él fue luego una verdad literaria de peso, antagónica del “lujo artístico” preconizado por el modernismo. En el mismo movimiento, sus referentes empezaron a ser otros, Guy de Maupassant por ejemplo, y la estructura del cuento como posibilidad de sustento, o sea observar y narrar y, al mismo tiempo, ganarse la vida.
Nada más natural entonces que llevar la noción del trabajo a los cuentos, concebirlos como objetos técnicos (escribió, después de años de experiencias, el “Decálogo del perfecto cuentista”), creer en la literatura como profesión u oficio y, por fin, en materia de poética, instalarse en un realismo al que dio un tono muy diferente de la ortodoxia de Manuel Gálvez y aun, un poco después, y habiendo publicado sus libros decisivos, del de los realistas de Boedo. Tal vez haya incidido en este ajuste “estético” la percepción que tuvo, fue uno de los primeros, de lo que podía ser el cinematógrafo; no sólo hizo entrar en algunos cuentos la dimensión cinematográfica (“Mis Dorothy Phillips, mi esposa”) sino que publicó notas sobre películas en Caras y Caretas, El Hogar y Atlántida, muy tempranamente, cuando pocos habían advertido la potencialidad de este nuevo medio de expresión. Incluso, escribió un guión titulado La Jangada, que no pasó a mayores pero, en todo caso, ello indica una mirada tan aguda como la que lo llevó al modernismo inicial, al monte y a sus precisos relatos.
En los Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), ya decididamente “cuentos de monte”, se reconoce la impronta de Maupassant, sobre todo en los conocidísimos “La gallina degollada”, “La insolación”, “El almohadón de plumas” y “La miel silvestre”; luego, poco a poco, se va liberando de modelos cuentísticos y va ganando su propia voz. Se advierte ya en los cuentos de El salvaje (1920), allí la situación “social” (“Una bofetada”) se va ligando a la sorprendida observación de una naturaleza virgen, aterradora por lo general pero también fascinante; la misma ecuación en Anaconda (1921), que implica también a tipos propios de la zona, ilusos, explotados, aventureros, extranjeros (“Los fabricantes de carbón”); y en El desierto (1924), al regreso de temas más literarios (“Silvina y Montt”) se añade la dimensión de la explotación; en Los desterrados (1926), por fin, en posesión de todos sus medios, se produce un encuentro de los elementos que integraban sus precedentes libros (“El trecho de incienso”, “Los destiladores de naranja”, “El hombre muerto”): los desafíos insensatos, los proyectos ilusorios, los pasados sombríos, más un elemento de sagrado terror, una soledad esencial.
Ya es una leyenda el rigor con que Quiroga construía sus narraciones, abandonada definitivamente la idea de una literatura “nacional” o de un proyecto cualquiera; su realismo es de respuesta, pero concebida en torno a dos ejes: los caracteres y los ambientes; el primero se encarna en personajes que son “tipos”, resueltos con breves trazos, el segundo en una atmósfera siempre acechante y misteriosa. La resolución, o el encuentro de ambas líneas, o la síntesis poética, tiene un alcance dramático y metafísico, prueba de que el realismo no es por fuerza una fotografía sino que, a veces, Quiroga es un caso, implica vertiginosas transformaciones que dan cuenta de una realidad compleja y cambiante como la que por añadidura, se daba en la zona del mundo que Quiroga eligió para su “trabajo”, en el doble alcance de la palabra: como proyección literaria, como encuentro humano con las cosas.

JITRIK, Noé. Panorama histórico de la literatura argentina. 1ª ed. Buenos Aires: El Ateneo, 2009. 320 p.






Propuesta:

Después de mirar el video, haga una investigación de la fonética de los países hispanohablantes e intente decir de dónde es el hablante del video.












































































































créditos das imagens:
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